3/23/2008



López Navia, Santiago A., Sombras de la huella, Abadía Editores, 2006.


López Navia, fundador del grupo paréntesis, filólogo de formación y cervantino Quijotista de vocación, nos ofrece este libro poético, Sombras de la huella. Le conocemos como excelente director de extensión universitaria de la SEK, y como poeta que va construyendo su obra sin prisa pero sin pausa, presa de jugar con nosotros a la risa del verso erguido, para consolidarla dentro del panorama poético. Una obra que posee una escritura muy propia, llena de vínculos con la existencia, emparentada con el hombre de carne y hueso, y nos concierne.

Desde el mismo título, la sombra de huella, Santiago López Navia, nos acoge en su catarsis de creatividad. De una parte, la huella indica el rastro que nos llevará a lo que andamos buscando. Por otra parte, la sombra indica el reflejo de algo. Juntando ambos términos, que la huella que seguimos es sólo el reflejo de algo, no es huella original. La creatividad del autor nos conduce a desentendernos de la realidad para iniciar un juego de reflejos, a leer y conjugar con su guía, el resultado de ese juego de reflejos. El gozo de los sentidos es una perceptiva del reflejo. No en balde, este juego es el mismo del Quijote/Quijano/Sancho/Cervantes/Cide Hamete Benengeli. Un juego de reflejos de identidades. En la Primera parte ya gozamos de cinco poemas atribuidos a dos figuras “tristes y airadas”, poemas de ermitaño orante y desengaños existencialistas, pero cargados de esperanza y de ángeles erguidos “De Dios tuve lo que nadie da nunca/ lo que a todos les di, tan sin medida” o “Y firmo/ sin testigos/ cargado de esperanza pese a todo/ creyendo que la luz ha de llegarme/ más tarde o más temprano, que carajo,/aunque la sed de luz me ahogue ahora”.

La originalidad del autor, consiste en presentar estos juegos de reflejos a través de un lenguaje de marginalidades. La marginalidad primera del lenguaje de los ermitaños, aislados de sí, y que no dejan más huella que su propia oración como sombra. El lenguaje de quien se sabe fuera de sí y del mundo, en su mismísimo desengaño. A través del lenguaje cinematográfico, eligiendo personajes tan marginales como los de Río Bravo, prestos a morir al día siguiente o el de Christopher Lee, siempre Drácula, a sorber esa sangre que le convierta en otro; y otros actores, como el español Paul Naschy o ese esperpento de cara rocosa y ninguna cualidad interpretativa, Charles Bronson. Expresión característica de esta marginalidad es el poema navideño de Campanilla, y sus versos finales “Y es que soy muy pequeña, y sólo tengo/mis alas de cristal y un vuelo breve”.

Hay una intencionalidad doble en este poemario, ponernos ante una categoría como lo trágico, un ser humano desbordado por su marca, un destino adverso que debiera ponerle ante la huella de su impotencia; sin embargo, el tomarse esta tragedia a través de la risa, de su sombra nietzcheana, el placer que anida en la misma tragedia o su sombra, la sombra de la huella, la sombra del viajero, “Pero en el fondo/ detrás aún de este horizonte/ acaso muy detrás del fin de mí mismo/ está esperándome otro saco sin fondo de esperanzas/ y un kilómetro imborrable de huellas abiertas al tiempo”.

Y así, muy Nietzschanamente, muy Cervantinamente, López Navia nos dice que la belleza que buscamos en el mundo, en la lectura poética, no se encuentra en la luz ni el orden, sino que la Belleza esté en su sombra y en su huella, en la sombra y en la huella que el hombre realiza en el mundo “No creas que lo olvido/ yo ya sé/ que tú y yo somos el mundo”.

No comments: