11/27/2007

HEREDERO, FERMIN, SONETOS DE AMOR Y VIENTO, EDITA TELIRA, ARANDA DE DUERO, 2004.
Nos regala Heredero Salinero con un nuevo libro, en esa carrera tardía al público pero ascendente entre los poetas patrios y los críticos literarios, y un aprecio entre el público poco común. Durante toda su vida, Fermín se dedicó a trazar en su mente los poemas que jamás escribió y que han cimentado una bella poética que ahora surge y se traza en ondas de mar de Aranda, padre Duero.
Tras una serie de libros en que mezclaba verso libre y composiciones formales, se descuelga contra el viento, con un libro de formalidad poética clásica, todo el sonetos. Y sonetos de amor y viento.
Un libro íntegro de sonetos, cuando esta forma poética es la más denostada. Es curioso como nadie hace sonetos y se lanza sobre esta forma literaria lo negativo, el no, pero todo poeta que se precie, en cuanto salta la ocasión, de rondón cuela el soneto.
Sin embargo, no es el caso de Heredero Salinero, que ha demostrado sobradamente su capacidad para el soneto en las diversas revistas en las que colabora, o en sus anteriores libros. Es sonetista viejo, en la mejor tradición de Blas de Otero.
Y son sonetos de amor y viento, de un amor intenso y un viento ardiente. La belleza del soneto de Heredero Salinero emerge en el instante en que nos hace notar la ausencia del encuentro del amor, de la ilusión del amor, de la plenitud del amor o del desamor del amor. Y estos son los cuatro momentos en los que divide el libro, las etapas del ars amandi, de la cotidianidad del amor, del amor inmenso e inmediato.
He ahí la belleza que nos asalta: cada cual pude comenzar el libro por donde desee y continuarlo a gusto. Que no sólo existe la lectura lineal que establece Heredero Salinero, sino una multiplicidad de lecturas diferentes y que diferencian el libro resultante del concebido por el autor.
O quizá el autor ya lo concibiera como una rayuela de amor y viento, para que cada cual principiara a leer por donde apeteciera más a su belleza, a sus ausencias, de la plenitud a la ilusión, al desamor y al encuentro o del encuentro al desamor y de ahí a la ilusión y a la plenitud. Sucediendo el camino de soneto a soneto, descubriendo los mil y un matices: “solo los dos, tumbados en la hierba” (plenitud), “el vértigo nocturno de una rosa” (desamor), “se cuelgan las palabras de tus ojos” (encuentro), “escuchas el poema que recito” (ilusión)
Y así pudiéramos continuar sin cesar, re – construyendo poemas nuevos o sentidos consentidos por el propio poeta y que saben se encuentran en el propio devenir de las lecturas como gozos.
Aunque nunca se mencione, que los prólogos parecen no pertenecer a los libros, el sentido de rayuela poética lo da ya la prologuista, queriendo o sin querer, cuando nos habla de su propia lectura, de su rayuela. Resulta infrecuente que un prólogo dé con tino sobre la escritura, y Felisa Fuente Pascual, la autora del prólogo, nos pone sobre la pista de la lectura. Y ahí que agradecerlo o decir que nadie entre en la lectura sin pasar por el prólogo.
Normalmente, en poesía se busca la novedad formal del autor, el qué ha hecho para diferenciarse de los demás poetas. Porque el mundo poético, en toda ocasión, se llama poético a la ruptura con la tradición, con el pasado. Heredero Salinero, sin embargo, constituye la novedad de su nuevo libro en el hecho de ser sonetista viejo, en la mirada dulce a la manera del soneto, especialmente Blas de Otero, que resuena en la forma, en el fondo humano al que nos invoca Heredero Salinero.
Y en ello va implícita una nueva lección: la vuelta a las formas heredadas de nuestros lustrados poetas in – leídos, des – leídos, porque los últimos tiempos se encuentran lastrados por una ruptura con todo elemento del pasado, por una negativa de los autores propios y extraños, con una invocación a la propia experiencia como una única fuente metafórica.
Sin embargo a Heredero Salinero, le mueve el pasado poético y lo muestra sin rubor.
Los sonetos de Heredero Salinero dejan en el paladar un sabor a un viejo amor que no volverá, anclado al fin en el mundo de las ideas muertas, a un nuevo amor que ilusiona más al cuerpo terrestre que a la mente Platónica, y, así, nos llaman a un disfrute erótico.