3/15/2008


A FERMIN HEREDERO, por su libro “ALACENA DE TU PRENDA”. Rialla Editores, Valencia, 2000



Ya lo dijo el poeta: la hay que com - partir, porque la realidad se disimula así misma de triste manera; la hay que intervenir porque la realidad comparece siempre tal que se semeja impropia – y hasta cuando se asimila como la mía, me la arrebatan los demás.

¿Intentar hacer versos alegres – de la esperanza o de la pulcritud y de la esterilidad ante el blanco papel?– comparece la pregunta tan irreal, tan irracional, como la pretensión de que la poesía sea pura o perfecta (la única manera en que la entiendo, debo abrirle los brazos y acostarla a mi lado, compartiéndola en la obscenidad de una lectura con alguien que desnuda su alma, qué terrible acaecer como sarnoso amante compartido: y portar al poeta) y sólo así permitir la entrada en mi casa (donde ni siquiera una palabra mía es una palabra tuya o es una palabra nuestra) a un verso.

En cada mirada un verso: como aquellos pobres amantes que tanto les daba el buen coito como un pulcro soneto y se lanzaban desde las tapias enredados en sus sexos o en sus sonetos – al caso, lo mismo sea y con tanto amor podamos construir un próximo verso o un próximo coito, por si el acaso rutinario, y acontezca cual semejante el divertido di – verso o bi - verso.

¿Entiendes ya porque no se pueden hacer poemas de la alegría, con alborozo, a la jovialidad? Respuesta: porque tras el coito adviene la tristeza. El hombre es el único animal que entristece tras el coito – y algunos de ellos fuman cigarrillos para matarla y quienes escriben poemas (penados, por supuesto) para apesadumbrarse con la tristeza y recordar el coito y el soneto, para atrapar la tristeza en las propias redes de lo incierto, pongamos por caso, lo que hay en ella de mí, este pobre yo.

El coito y el soneto, tales armas para atrapar la tristeza, y quizá un lamento que siempre provoco para admirarte y concienciarme de que es posible el verso, tal que pellizco que nos abre los ojos a un espacio diferente y siempre ya más cuajado por la tribulación.

El penúltimo verso: lo escribe un poeta amigo adicto a todo, que no halla el verso ni el poema ni la perfección ni el coito y se abre las venas e inscribe en el frío mármol un postrero R.I.P. – y es probable que esto nadie lo denomine bajo el rótulo de tristeza: oh! Sí, Dioses y Diosas de la vida.

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