3/23/2007

Material reservado
La vez nocturna que oí recitar a Muñoz Quirós todo su material reservado, cada verso como verdad caleidoscópica, como un boceto vocálico libre y pleno de color, no pude sino sobrecogerme como en un orgasmo pleno donde nunca se llegara al cigarrillo del tiempo muerto.
Su lengua y sus labios y sus manos, se descompasaban en rupturas sintácticas sincrónicas y níveas, y me transportaban, sobre alunizajes de lunática y casuística luz, con titilantes tristezas y lánguidas novias viajeras, ásperas y sentimentales, al hades ardiente de divinas comedias.
No era Muñoz Quirós de esos poetas que quisieran enmendarle la plana de planificación al Dios mismo en su misterio profundo de manera infundada y sin furia, ni de aquellos de la décima fácil y flatulenta con sentencia soez y sapiencia chocarrera, ni siquiera de los que juegan a olvidar los nombres de los versos que imitan: todos ellos dejarán como recuerdo curioso el vómito que los gusanos echarán algún día contra los tojos y los cardos, en ortigas y caminos sin salida.
Era Muñoz Quirós la noche misma, la oscuridad tajante que nos recorta como figuras que a rastras se debilitan en paisajes de murallas reconstruidas, de nieve hollada, de bolsas de sangre que espera impaciente el vampírico egoísmo de nuestras lustrosas tropelías en otros países, como Marlowe, como Borges, como Cernuda: en ciernes.
Era Muñoz Quirós la vida recobrada por medios improbables, tan ilícitos como nuestro propio nombre, que lo pronuncia Dios en diversas vertientes y nunca lo completa un poema, oscuro como el dedo que lo escribe, como la palma de la mano donde nada se ha inscrito, ni una sola línea ni un solo día.
Los versos que recitaba en la noche de autos Muñoz Quirós, cuando el resurgido yace sobre la sábana sangrienta y el policía vigila que se recorte a la perfección las líneas de la mano de la mujer liviana, material reservado a vates espídicos, bisturís de los injertos imposibles, novelas como noticias verídicas de los lastres asesinos, huella extinta de los cambios de piel, todo ambigüedad y talento, se injertaban en nuestro cuerpo para extraernos la vaguedad y la ausencia y la pus y la historia más negra, grafológicamente nevada.Los versos que recitaba en la noche de autos Muñoz Quirós, cuando sólo queda los restos del informe policial, cuando no queda sino los cuatro jinetes sin Apocalipsis, donde no había más salidas que el visor de sus ojos luciérnagas, sobre su monumental verso descarnado, prendieron en el acantilado de nuestro dedo pulgar.

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