12/13/2006

El viaje sentimental de Apuleyo Soto
Apuleyo Soto: Del Duratón al duero. Edita Junta de Castilla y León. Valladolid 2006.
Mi querido Apuleyo Soto, cargado de viajes en coche, apabullado en mísera ocasión por el monstruo del asfalto en forma de tijera, que inundó de cortes la pierna de Ana, decide reindicar a su vida el fenomenal viaje a pie, por las riberas del río Duratón. Pertrechado como un Dr. Livingstone, va al encuentro, y a que le encuentren, de la sencillez y camina, viaja, nada, aguas abajo de un río rico en contar lo consuetudinario. Necesitaba seguro de esta inocencia de lo natural quien sufre en frenesí del accidente.
Inicia su viaje en lo más alto del inicio del río más “suyo”, a los pies de la Fuente Mariquita; y lo finaliza recopilando su propio fluir a la sombra sojuzgante del Pino Macareno. De Fuente a Pino, del frescor reverberante del agua emergente, al refrescante crujir de los pinos, seguro que tan rumorosos como los de la gallega eterna, allí donde el Duratón se renace como Duero.
Un río nunca muere, nunca va a dar a la mar, que siempre se refluye lujurioso en la prosa sagaz, pedagógica, dadivosa, de este maestro de tropas románticas que es mi maestro más querido, que se abalanza buscando ya una planta y su nombre más auténtico, el que le da el mismísimo pueblo; ora una simple charla con quien más sabe del fluir de la vida de las gentes junto al río, flujo de anécdotas en un verdadero cuaderno de bitácora sociológico; ora nos para paciente y cicerón en el centro mismo de la leyenda castellana, en el mismo centro de la Plaza Mayor de los pueblos castellanos más añejos; aquí para y detalla planta, arbusto, cerro y meseta; aquí nos entremezcla con su propia vida última, sucesos y batallas, el baño de la bella Ana, para curarse.
Tiene la palabra de Apuleyo Soto mucho de cura, no sólo de curación sino de “cura”, de párroco, porque a más de sanar el cuerpo, sana, culito de rana, el alma su palabra abracadabrante, abrasante, sanguinolenta, cuando la recita ya ciprés inhiesto o picarón chispeante. Nunca se sabe que se sacará del bombín o de la pajarita “palestrina” este cantaor, mago de hinojos ante campiñas y serrijones, en llanos y en todos los riscos, de este Duratón, que dura tanto como la vida seria de mi maestro en todas las ceremonias, como la palabra que queda colgada en su lengua de guasa redimidora.
No creo que sea dado aburrirse en este viaje con tan grata compañía, y a salvo de salvajes gestadores de realidades ambidiestras. Se detiene el tiempo en la apalabra que acompaña el fluir de este río, como si la palabra contuviese la vitalidad y detuviese la turbiedad del agua. Este libro sí que al fin defenestra a Heráclito.
En este viaje sentimental por el Duraton (hasta el Duero) si que se nos hace posible bañarnos dos veces en las mismas palabras, aunque con distinta agua.
Transmuta así al Duratón, y más con esa recopilación final en el arenal de Peñafiel, en ese río griego que tiene nombre de fugacidad eterna, Hades, con el colorido estirado del otoño en las ondas del río quedo, muy Greco.
Recorriendo el río Duratón línea a línea, con las palabras como espuma que blande delicadas caricias, he sentido que un río nunca nos lleva: nos cruza las entrañas.
Somos el río, su emergencia.

1 comment:

Luis Amézaga said...

Reconocerse como Duero sin ahogarse debe ser una alegría que fluye.