11/09/2006

El amor es nuestro señor
Castro Legazpi, Luisa, Amor mi señor, Tusquets Editores, Barcelona, 2005.
A la espera del ultimísimo trabajo de Luisa Castro, por el que ha recibido el premio de novela breve, y tras conocer en lectura el último premio que ha recibido, el “Torrente Ballester” a un conjunto de relatos, ha amanecido en el escaparate de las librerías su trabajo poemático, “Amor mi señor”. Luisa es infatigable en el trabajo y en la escritura, velando el folio en blanco para expresar en él su propia piel.
Tiene importancia este poemario porque es el primero que recibimos tras unos años de silencio poético, exactamente desde 1997, año de De mí haré una estatua ecuestre. El último poema de ése libro, Filosofía de María, donde se hablaba de soldados y enemigos, de avaricias e himnos de victoria, de cobardes y vergüenza de mujeres. Curiosamente el nuevo libro se abre con un poema donde se habla de una soldado mujer que deserta para hacer danzar frente a ella a su alma (como se cita en la estrofa de entrada al libro y que es de Jorge de Sena) ¿Por qué el amor es mi señor? Se intuye que Luisa se lanza a lo largo de la poesía amorosa galaico portuguesa, donde el amor y el amado eran premio de nostalgia, donde todo era puro platonismo, idealización.
La poesía parece ser que proviene de un diálogo con las fuerzas oscuras de la vida. Aquellos capacitados para efectuar este diálogo, eran gentes que se movían de ciudad en ciudad, por los caminos, trovando sobre el resultado de aquel diálogo. Curiosamente, siempre el resultado que se lograba avivaba el amor. Aquellos trovadores versificaban el amor en sus lamentos y rasgueos, ante la imagen de la muerte tocando el violín sobre las cabezas del amado, como pintara Brieghel. En ese mismo instante, los poetas quisieron componer el perfecto poema que recogiera en cada verso el amor, lo construyera. El amor ante la muerte, el amor contra sí mismo, el amor como señor, que es lo que canta Luisa Castro, en su último libro, retrocediendo hasta la época de los trovadores premedievales, muy priscilianistas, por ello, muy platonizantes.
Luisa mantiene las formas clásicas pero sin el premio de la nostalgia platónica, sin la idealización. Parte, al contrario, de la renuncia a esa idealización, no admitiendo la guía del amado, enfrentando sola y con el amparo del amor en ella misma para, como se explicaba en uno de los versos de Filosofía de María “aprende – la estrategia de inimigo/empuña – la suas armas,/acabar por vesti – lo seu chaleque”.
Desea y se empeña Luisa Castro en aferrar el amor en su propia esencialidad, sin nostalgias, entrando en directo el alma en el mundo de las Ideas, frente al Bien, del que el Amor es parte. Conocer el amor en sí mismo para desterrar los peligros del mismo, que son aquellos que se contaban al final del poema ya citado. “Así cheguei a este solar sinistro/onde non hai límites nin exércitos,/e sen nada nos petos/unha alegría moi fonda/enseñoreouse de min”.
Las hondas alegrías del conocimiento, sin duda, aderezadas con la trasgresión de quien entra en el mundo de arriba con la mentalidad del veedor de imágenes (iconoclasta), de ahí que “E que habían de pasar longos anos/antes de que os meus ollos/viran medrar/unha delgada e fermosa espiña”.
La belleza poética del conocimiento como recorrido no nostálgico por el amor loco, por el amor que se concreta no en la realización de preguntas sino en la búsqueda de respuestas, que, cinematográficamente, se representa como aquella bombilla en Alphaville, donde se veía la realidad de quien preguntaba, donde se dejaba de ver la irrealidad de la ausencia de respuestas. La originalidad del poemario de Luisa Castro se nos antoja que surge y emana de que se introduzca el alma corporalizada en el mundo de las ideas, trasgrediendo a ese mismo mundo, socráticamente.

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